miércoles, 30 de julio de 2008

Cantos de Sirena

Este cuento va dedicado a un gran pescador, Manolo de Fátima, que de tanto que le gusta la pesca, su madre le dice: ¿Tu no tendrás una sirena en el puerto?, porque mira que pasas horas pescando.

Música para leer este relato:



LA ÚLTIMA SIRENA. De Jesús Pérez Tierra


La barca se mecía suavemente en las tranquilas aguas. Vicente, desde las primeras horas de la mañana, aterido de frío, había sacado una y otra vez su pequeña red, sin lograr una sola captura. Ahora, yacía en el fondo de la embarcación, Desilusionado, dormido. Los dos remos también dormían a cada lado de su cuerpo. El sopor que le invadía era extraño.
La lancha empezó a derivar, suavemente al principio, más rápido después, a impulso de la brisa que iba creciendo y de una corriente de fondo que parecía tirar de ella como el cabestrante de un remolcador. Las aguas, antes azules, transparentes, lisas, empezaron a rizarse en múltiples y pequeñísimas olas; iban perdiendo color y brillo, se tornaban lechosas y de su superficie, se desprendía una niebla opaca, blanca que fue invadiendo todo. Muy lejos al principio, de forma más nítida después, lo oyó. Era un canto, casi sólo una melodía que crecía y se apagaba como el rumor de las olas del mar; no era intensa a esa distancia, pero, desde sus oídos, invadía todos sus sentidos. ¿Era alegre? ¿Era triste? No sabría decirlo; la melodía era atractiva, insinuante, irresistible. Sin tener plena conciencia de sus actos, Vicente se incorporó, tomó los remos y empezó a bogar en la dirección de la que venía el obsesionante sonido. La barca, impulsada por las fuertes remadas, por la creciente brisa y la intensa corriente, empezó a deslizarse muy deprisa, levantando nubes de espuma y dejando una larga estela blanca en aquel mar blanco y lechoso. Oía el canto cada vez más intenso y la mayor proximidad le impulsaba a remar con más fuerza. Empezó a percibir sonidos articulados que, a la distancia a la que se hallaba, parecían decir: Ena, ena, ena... Se asustó. Pensó que había un ballenero cerca y que su vigía anunciaba la presencia de una ballena. Temeroso, se puso en pie y tomó su arpón. De pronto,la barca se detuvo y no avanzó más. Volvió a sentarse e intentó remar con fuerza, sin resultado. La niebla se disipó en un gran círculo; en su interior el mar era de nuevo azul, el sol lo bañaba todo, las aguas, en calma, como cristal. En la distancia, esa niebla lo rodeaba todo,formando una blanca pared que lo aislaba del resto del mundo. De ella, nadando rápidamente a impulso de su fuerte cola, apareció. De sus labios emergía la bellísima canción, ahora perfectamente audible, palabra por palabra. Vicente se quedó embelesado oyéndola. Decía así: "Yo soy la sirena de la mar bravía que canta y que canta de noche y de día. Yo soy la sirena de la mar salada que de tanto canto, está ya cansada. Yo soy la sirena, tralara larala, de la mar serena, tralara larí. De la mar serena, tralara larala yo soy la sirena, tralara larí. Yo soy la sirena, sirena del mar, que busca afanosa su ramo de azahar. Yo soy la sirena de la mar azul, que quiere vestir blanquísimo tul."

Vicente se asió fuertemente a la borda y dijo, temblando: -¡Qué susto me has dado! Creí que me atacaba un cachalote. -¡Exagerado!- contestó ella, halagada. -¿Quién eres? -¿No has oído mi canción? Soy la sirena de la mar bravía, que canta y que canta de noche y de día. -Eso ya lo he oído- interrumpió impaciente-. ¿Es que, acaso, existen las sirenas? -¡Mírame, tonto!- dio una voltereta en el agua, sacando su plateada cola. De nuevo,mostrando su hermosa cara iluminada por su alegre sonrisa, preguntó: -Y tú, ¿quién eres? -Yo soy Vicente. -Así que tú, ¿eres Vicente? ¿El que vive entre la gente? -¡Mujer, digo, sirena! Más bien, soy Vicente el pescador. -¡No me digas! ¿Vicente el pescador, de los peces el terror? -Así es. Aunque... ahora eres tú quien me halaga. -¡Me alegro de conocerte! ¡Estoy contenta de verte! -Yo también me alegro... pero... ¿No hablas un poco raro? -¡Perdona, chico! Como no hago otra cosa que cantar; rimo sin querer, a mi pesar. -¡Eres muy hermosa! -Entonces... ¿te gusto? ¿Te agrada mi cara? ¿Admiras mi busto? -lo dijo con coquetería, sacando medio cuerpo fuera del agua y estirando sus largos y rubios cabellos hacia la nuca con ambas manos, en universal y femenino gesto. -Tras darme un susto, hablando contigo, me siento a gusto. ¡Ya no sé lo que digo! ¿Qué me pasa? ¡Yo también rimo y no quiero rimar! Lo mío es, ¡remar! La sirena miró extasiada unos momentos al pescador y empezó a cantar de nuevo: -Boga, boga marinero, súbeme a tu embarcación, méteme en tu corazón. ámame, porque te quiero. Era una melodía dulce, insinuante, enloquecedora. El miró sus ojos azules, esos labios que cantaban y deseó besarlos. La subió a la barca. Al principio fue fácil, pero después... la cola... Ella seguía cantando y ese sonido le daba nueva fuerza, le estimulaba. No supo cómo, pero logró izarla. Una vez la tuvo en la barca, la abrazó y sello sus labios con un apasionado beso. Pese a ello, la melodía seguía sonando en sus oídos, en su corazón.
Perdió el sentido del tiempo y del espacio. No supo más. La tenía en sus brazos. Por primera vez en su vida no tenía frío. Por primera vez en su vida, era feliz, pero... la cola... * * * A la mañana siguiente, estaba profundamente dormido, pero, aun en su sueño, sabía que era "casi" feliz. Le despertó el contacto, contra su pecho, de algo frío y húmedo que le daba pequeños golpes. Otra vez, otro y otro y otro... Se despertó. ¡Fenómeno extraño! ¡Llovía, pero... peces!
Nunca había oído que ocurriese nada parecido. ¡Llovía con sol y llovía... peces! Una risa cantarina, como el sonido de mil campanillas de plata, terminó de despertarle. Ella estaba ahí, de nuevo, con la cabeza fuera del agua y reía, reía, reía, llena de gozo. Con su gran cola, usándola en forma de pala, recogía los pececillos y los enviaba sobre la barca. Vicente estuvo, pronto, cubierto de pececillos, de peces... de pezones. El se había incorporado y ella le oprimía, dulcemente, el pecho con su opulento busto. -¡Buenos días, hermosa sirena! -¡Buenos días, bello pescador! -Para un hombre que vive de la mar, ha sido el mejor despertar -dijo Vicente, con una gran sonrisa, señalando la barca cubierta de la trémula e irisada plata. -He querido, pescador, despertarte con un presente, besar con cariño tu frente y darte una muestra de amor. -Agradezco el regalo, deferente. Pero... odio los ripios y tú eres ripiosa y es una pena, porque eres hermosa. ¿Lo ves? ¡Que lata! Eres, ¡contagiosa! -¡Perdóname, bello pescador! No volveré a hacerlo. Desde que te conozco soy inmensamente feliz. Estoy muy contenta. Estoy alegre y esa alegría me hace hablar cantando. -Yo también soy muy feliz contigo. Como no lo había sido en mi vida. Te agradezco los peces. -Es tu desayuno. Elige el que más te guste y cómelo. -¿Comerlo? ¡Lo siento! Yo no puedo comer pescado crudo -al ver que un gesto de desencanto borraba la alegre sonrisa de la sirena, añadió-: ¡Muchas gracias, sirena! Son unos peces maravillosos, los venderé en el mercado. -Y, ¿qué consigues con ello? -Dinero. -¿Dinero? ¿Para qué sirve? -Para comprar alimentos. -¿Para comer? -Sí. -¿Tantas vueltas para terminar comiendo? No lo entiendo. -Yo tampoco te entiendo. ¿No traicionas a los habitantes del mar, dándome esta pesca? -Mi parte superior es de mujer. En ella están mi cabeza y mi corazón, por lo tanto pienso y, sobre todo, siento como mujer. De vez en cuando, dada mi doble naturaleza, se contraponen mis sentimientos. En esa lucha vence, siempre, mi naturaleza femenina. Es esa parte la que te ama y en aras de ese amor, sacrifica a la otra. El pescador, al oír esto, se sintió emocionado, se dio cuenta de que la amaba todavía más y la abrazó tiernamente. Acarició sus cabellos mientras la besaba, apasionado. Acarició su espalda con suavidad. Bajó más la mano y tocó... las escamas. Ante su áspero y frío contacto, sintió un estremecimiento, un escalofrío, un impulso irresistible que le obligó a retirar la mano. No pudo evitar que la sirena se diese cuenta. Ella lo comprendió todo. Se desasió del abrazo y con los ojos nublados por las lágrimas se zambulló en las aguas. -¡Sirena! ¡Sirena! Ven. No te vayas. Te amo. Regresa. Vuelve a cantar. Ya no podría vivir sin tu alegría y sin tu canto. La sirena se alejaba pero, al oír los gritos del pescador, elevó su cabeza sobre las olas y volvió a emitir su dulce, su apasionante canción. -Yo soy la sirena de la mar salada que de un pescador está enamorada. Yo soy la sirena de la mar bravía que, mujer completa, volverá algún día. ¡Espérame! ¡Volveré! ¡Te amo!... ¡Siempre te amaré!... Dio un fuerte coletazo y desapareció entre las brumas que los envolvían. * * *
-¡No, no y no! No me irrites, sirena. Lo que me pides va contra la naturaleza y ni quiero ni puedo complacerte- dijo, saltándole chispas de los ojos. -Amado Padre del Mar -insistía, angustiada-. Amado Neptuno: quiero a un bello pescador. -¡Insensata! Los tritones son más bellos. -Yo quiero a mi bello pescador, amado Neptuno. Conviérteme en mujer. En mujer completa. Él me ama. -¡Vete! -A Neptuno se le ponían de punta los largos pelos de su barba-. Has llenado mi paternal pecho de ira. Como me has enfadado, una terrible tempestad azotará las aguas del océano.¡Vete!- cortó, señalando con su tridente la puerta-. No abandones el Palacio de Coral del fondo del mar, pues, si subes a la superficie correrás un grave peligro y ni yo mismo podré salvarte. Podrías morir y cuando las sirenas mueren, como todo el mundo sabe, se convierten en firmes, frías y duras rocas. ¡Vete! La sirena, salió del salón del trono con los ojos anegados en lágrimas. Se adentró en los bellos jardines y se recostó en una suave pradera de verdes algas, salpicada de parterres de anémonas de hermosura sin igual. Los sollozos ahogaban su garganta. Sabía que no volvería a cantar. Multitud de pececillos de caprichosas formas y de variados colores, compadecidos, danzaban junto a los caballitos de mar, alrredor de la sirena intentando mitigar su pena, pero ella no los veía. Lloró y lloró y lloró. De repente, se le secaron las lágrimas. Sintió que su corazón dejaba de latir. ¡Su pescador estaría en peligro, ya que, si acudía a su cita, estaría amenazado por la tempestad! A impulsos de su poderosa cola, nadó enloquecida hacia la superficie. Conforme subía, las aguas se agitaban y su rubia cabellera le tapaba los ojos. Cada vez, era más difícil nadar. Hizo un último esfuerzo y emergió de las aguas. Un cegador relámpago, seguido de un horrísono trueno, pareció saludar su presencia, advirtiéndole del peligro. Apagado el resplandor, la envolvió la oscuridad de un cielo cubierto de negrísimas nubes. Nadó en un agitado mar de tinta china. Las grandes olas, coronadas de espuma, le golpeaban el rostro, diciéndole:
"¡Vuelve, vuelve!".
Apenas podía ver. No quería oír a las olas. Intentó nadar entre dos aguas, pero la corriente la arrastraba de un lado a otro. Hizo un gran esfuerzo para sacar la cabeza. Apenas lo hizo, oyó un lejano lamento: "¡Socorro!... ¡Socorro!..." Reconoció la voz del pescador. Intentó emitir su canto para atraerle hacia ella, pero el sonido murió en su garganta agarrotada por la angustia. Desesperada, nadó con más fuerza en la dirección de la que venía el aterrador sonido. Poco a poco, se fue acercando. Las olas inmisericordes le hacían retroceder. Un nuevo y desesperado esfuerzo la acercó más. Con cada relámpago, podía ver la barca, cabalgando sobre el lomo de las olas o desapareciendo en el profundo seno de las mismas. Nadó con un titánico vigor. Mientras, Vicente pugnaba por mantenerse en la embarcación, asido desesperadamente a ambas bordas. Una gran ola, mucho mayor que las anteriores, negra y siniestra, elevó la barca a gran altura y la empujó, a velocidad vertiginosa, hacia los acantilados que destacaban su horrible dentadura contra la escasa claridad del cielo. La sirena dio un grito de angustia y con las últimas fuerzas que le restaban, ya casi agotadas, nadó contra la ola hasta alcanzar el barquichuelo. Un golpe más rudo de la ola lanzó al pescador al agua que, casi ahogado, apenas podía mantenerse a flote. Ella llegó, justo a tiempo de sujetarlo e interponer su cuerpo entre su amado, que desesperado se asía a ella, y las hiriente rocas. Sintió un gran dolor al chocar contra ellas. Perdió sus fuerzas, pero, pronto, a la vez que su mente se nublaba, la invadió una gran dulzura. Vio el rostro de su amado desfallecido, pero a salvo. Le dio un último beso. No supo más.* * *

Amaneció un día esplendoroso, con el mar en calma, como un gran lago. Los pescadores preparaban precipitadamente una embarcación para salir a rescatar a Vicente. Tenían poca esperanza, pero debían intentar la salvación del compañero. El siempre arisco y peligroso puertecillo, hoy, invitaba a la navegación pues sus aguas estaban inusitadamente tranquilas. Navegaron con fuerza y ya, fuera del abrigo, vieron con estupor que el arrecife que había costado tantas vidas, era ahora una sucesión de suaves rocas que protegían la entrada de la antes peligrosa bahía. Se aproximaron sin miedo. Vicente yacía, inmóvil, fuertemente asido a una roca. Cuando se acercaron lo suficiente, pudieron comprobar que estaba con vida. Aun inconsciente se asía, se abrazaba a esa roca y los más próximos creyeron oírle decir con voz queda y ahogada por los sollozos: -¡Sirena! ¡Sirena! ¡Mi sirena de la mar bravía!... * * *
En algún punto del espacio y del tiempo infinitos, el espíritu de la última sirena contempla el pequeño puerto, antes peligroso y ahora seguro gracias a su cuerpo petrificado. Se siente feliz. Su sacrificio no ha sido en vano. Una suave, dulce, etérea, melodía surge de su inmaterial garganta. Y cuenta la leyenda que, en las noches de luna llena, su luz azul juega con las sombras y las rocas dibujando curvas mórbidas de mujer y la espuma que las rodea simula una larga y rizada cabellera. En los días de tempestad, por encima del rugido de las olas, se oye un dulce canto procedente de las rocas que protegen el puertecillo. Este canto orienta y dirige a los pescadores para encontrar su refugio. Nadie sabe de qué se trata. Los más escépticos dicen que este sonido lo producen las olas al golpear las rocas. Vicente conocía la verdad. Abrazado a la roca durante muchas horas, escuchaba la melodía: -Yo soy la sirena de la mar bravía... Desde entonces, en los mares, no se ha vuelto a ver sirenas.



Muchas tardes y noches que Manolo va a pescar le dice a su madre, voy hacerle una visita a la Sirena.



1 comentario:

Unknown dijo...

Es un cuento precioso, me encantó leerlo.

Biquiños